sábado, julio 02, 2005

Se hace lo que se puede y lo que no, se compra hecho

Habìa una vez en unas tierras frescas de norte, un paìs que podrìa decirse, colgaba del mismìsimo polo. Los inviernos solìan ser muy frìos y un poco largos. Entonces sus habitantes, llamados con orgullo los quebecos esperaban con ansias el verano, al cual lo precedìa una primavera un poco inestable. Cuando los dìas comenzaban a hacerse màs largos y el sol quebaba pegado a estas tierras desde muy temprano en las madrugadas, aùn antes de que el reloj diera las 5, los simpàticos quebecos despertaban a la vida al aire libre. Una explosiòn de adrenalina los llevaba a una actividad eufòrica. Los màs jòvenes, sacaban sus chancletas, bermudas y remeras con breteles de los sòtanos de sus casas y se las ponìan miràndose a anchos espejos (de otro modo, no todos podrìan verse). Y escondìan en esos mismos sòtanos sus vestimentas abrigadas.Los de mediana edad destapaban sus Harlleys y salìan orondos con sus cascos, de a uno o en redondeadas parejas y varios de ellos llevaban consigo su màs preciado peluche, enganchado en su bòlido de acero. Aquellos a quienes la edad ya habìa otorgado el preciado tesoro de la experiencia, y la posibilidad de engrosar sus cuentas bancarias, abrìan los garages de sus casas, donde guardaban escondido detràs de bicis y maquinarias, un lujoso descapotable casi sin estrenar o con muy poco uso, y salìan tambièn a las calles, para compartir su algarabìa.Era en estos tiempos càlidos que los quebecos se agrupaban en piscinas, playas y parques y organizaban todo tipo de fiestas que les permitiera disfrutar del aire tibio. El pasto no era el ùnico privilegiado por estas èpocas, el cielo tambièn recibìa sus ofrendas: decenas de aviones un dìa, globos aerostàticos otro, y miles de luces que dibujaban formas brillantes y efìmeras en dosis generosas.Todos disfrutaban de este veranito cargado de magia. Bueno, todos no, los habitantes de un pueblito llamado Victorianville, estaban tristes porque no podìan hacer lo que a ellos les gustaba. Soniaban con tener su propio campeonato de Volley playero, pero lo màs terrible era que ellos no tenìan playa. Sus gobernantes veìan a esta gente cada vez màs triste y amargada, poco a poco se iban quedando sin sonrisa, sus pàrpados se hacìan màs pesados y sus hombros se acercaban en arco redondeado hacia el piso. Cierto dìa alguien tuvo una gran idea, para acabar con la depresiòn en Victorainville: comprar arena! Sì ! Por què no? Quièn nos lo prohibe, se decìan. Por què no hacerlo, se preguntaban. Y como no encontraron negativa alguna a su propuesta, compraron muchos, muchìsimos granitos de arena, como 2200 toneladas, y las tiraron en la intersecciòn de dos calles para tener sus propias canchas y voilà! Victorianville recuperò su alegrìa. Y este cuento llega hasta aquì, c`est fini.

Moraleja: Se hace lo que se puede y lo que no, se compra hecho.

Basado en hechos actuales y reales. Los personajes de la realidad quedaràn ocultos por los gentilicios de la ficciòn

1 Comments:

At 2:34 a. m., Anonymous Anónimo said...

NO DESCARTES LA ESCRITURA, QUE ES OTRA DE TUS HABILIDADES, SIEMPRE NARRASTE MUY BIEN , VANE. TIENE QUE VER CON LAS OPCIONES DE LAS QUE HABLAMOS HOY

 

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